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Beatriz Viol escribe sobre "Los animales Heridos", de David Eloy Rodríguez, en la revista Nayagua




En el número 31 de la revista de poesía Nayagua, febrero de 2020, puede leerse este texto de la poeta Beatriz Viol sobre el libro Los animales heridosde David Eloy Rodríguez.

Os recomendamos la lectura del número íntegro de esta revista promovida por la Fundación Centro de Poesía José Hierro, que podéis conocer, leer en línea y descargar, si os place, en este enlace.  

Aquí os reproducimos esta reseña. 





Los animales heridos 
david eloy rodríguez 
Madrid, Libros de la Marisma, 2019 

Por Beatriz Viol


El rastro que dejan las heridas 

Los animales heridos es el más reciente poemario publicado de David Eloy Rodríguez (Cáceres, 1976). Cuidadosamente editado por Los Libros de la Marisma, indaga, como su título nos adelanta, en la herida, pero también, y sobre todo, en la luz que se desprende de esa herida. 

Estos temas, entre muchos otros, ya han acompañado al autor a lo largo de su intensa y fecunda obra de aventuras poéticas, entre la que se incluyen poemarios como Miedo de ser escarcha, Asombros, Desórdenes, Escalones que descienden hacia arriba o Crónicas de la Galaxia, entre otros, pero también en las letras flamencas de las que es autor, o en el escogido catálogo de la editorial que codirige junto al también poeta José Mª Gómez Valero, llamada, precisamente, Libros de la Herida. 

En esta ocasión, David Eloy se dispone a explorar la herida minuciosamente y en profundidad, a hurgar en ella, a transitarla, con unas palabras que «ni acotan, ni acatan: / cuentan y cantan». Así, valiéndose tanto de observaciones de lo cotidiano como de reflexiones filosóficas, adentrándose tanto en lo vivido como en lo pensado, en la imaginación o en la intuición, se nos muestran minúsculas y fascinantes historias, poderosas imágenes y voces que nos acercan a qué es la herida, cómo vivimos con ella, cómo la transformamos o para qué nos sirve, a la vez que nos plantean: «¿Cuánto es posible / averiguar / de la herida?». 

Las heridas, comunes a todos los seres, que se vertebran en este hermoso, valiente e impactante libro, su dolor, su conflicto, son fruto del miedo. Pero no del miedo que nace ante un peligro inminente y nos salva la vida, sino aquel que es un miedo fabricado en otro lugar, fuera de nosotros. Un miedo que nos inculcan para tenernos controlados, para hacernos títeres del sistema capitalista. Un miedo que viene camuflado de libertad, como en el poema «Porno», en el que una voz nos invita a estar cómodos en un lugar ajeno, falso, que no nos pertenece y que quiere adueñarse de nosotros. Un miedo que nos paraliza (mientras sonreímos) y por eso es herida. «Te deja paralizado tu temor al encierro.» Un miedo que habita en lo inmóvil, lo estanco, lo detenido, lo que existe sin dejarse afectar por el resto, lo que no nos permite conocernos y nos hace temer el cambio. «Pobre de quien no sabe ser / más que quien ya es.» Un miedo que nos lleva a andar perdidos sin encontrar el hogar que ya llevamos dentro, a ser para uno mismo un lugar de paso, a vivir en la intemperie. «La noche está hirviendo, / y él es un animal que pasta en la noche.» 

Pero Los animales heridos no nos habla del miedo o de la herida para hurgar en ellos como un fin en sí mismo, sino que nos revela la importancia de conocerlos y tenerlos presentes, de «Adentrarse en la laguna / en plena noche, / en la total oscuridad. / Sentir / la imaginación del horror / o del abandono. / Adentrarse. / Seguir sin ver nada», porque allí se encuentra el hallazgo, porque «la sombra del tigre no podrá depredarte». El dolor florece para enseñarnos algo. Hay que acercarse para averiguar de dónde brotan los miedos, por dónde se cuelan y hasta dónde nos calan. Ser parte de la fluidez. Porque si el miedo es lo estanco, la vida es el movimiento, los cambios. De nada sirve aferrarse a algo, «Hace falta tiempo / para dejar atrás / lo perdido»; de poco sirve planificar, cuando la vida se basa en lo imprevisible. Las respuestas inmóviles, las verdades incuestionables, no son útiles: son artificiales, son mentira. «No hay certeza de nada.» El propio lenguaje es ya una construcción. «El lenguaje no basta, el lenguaje pervierte.» 

Los poemas de este libro nos acompañan, y nos recuerdan que las verdades se encuentran siempre en nosotros, «pensar es aceptar todos los sentidos», por eso tenemos que escuchar al cuerpo, a la intuición, al deseo, hacernos más caso en nuestra indefinición y pasiones y menos a lo que nos viene dictado. Pensar en lo que haríamos si no tuviéramos miedo. Imaginar otros mundos posibles y, como nos invita a hacer el poema «No permitas que pase el cazador», resistir frente a la amenaza del miedo. Resistir, con los otros, manteniendo nuestra enigmática esencia inquebrantable, la que confía, sin fe, en una vida más verdadera porque la conoce. Hacer. Encontrar. Cuidar. Compartir. Mantener nuestra casa, nuestra risa, nuestra herida, nuestro cuerpo, nuestras palabras, nuestro tiempo, nuestro espacio, libres de la violencia de la intrusión, libres, a salvo en lo posible. 

Conforme el poemario avanza, cada vez se oyen menos voces del miedo y resuenan más las voces de la naturaleza, «La luz de la luna nos enseña a respirar», y en especial las de los animales, que habitan la última parte del libro. Muchos y diversos animales convertidos en lúcidos versos irradiantes. Un jabalí herido mientras dormía que sigue vivo y «huye en las tinieblas en dirección contraria a su destino». Un pájaro atrapado en un falso techo, luchando por encontrar una salida, resistiéndose a la muerte hasta el final, hasta que muere; o las huellas del animal herido en el último poema del libro, las huellas que nunca se borran porque «aunque las huellas / y la sangre / parezcan ser ya desierto, / un reflejo de luna / desvela el rastro en las noches, / y la sangre cala hasta el corazón del mundo». Y ese rastro iluminado por la luna nos recuerda que alguien quiso seguir vivo hasta que le alcanzó la muerte, porque todos los animales, desde su presente resisten y siempre mueren de repente. 

Los animales heridos deja también en quien lo lee un rastro que no se borra, una huella profunda que cala y perdura porque acaricia la herida, porque nos habla del dolor esencial para transformarlo en algo bello. «Hay voces que son herida y bálsamo para la herida.» Los que lucharon por seguir vivos a pesar de, y desde, la herida formarán para siempre parte del mundo, de la poesía y de nosotros, y así lo recordaremos también en nuestras luchas cotidianas, en nuestras resistencias colectivas, porque «la luz del faro destruido / sigue viva en la memoria / de los que vieron su luz».