Saben algo que a alguien salva, conocen algo que muchos otros aguardan
bajo la intemperie moral de las estrellas. Hay raíces bajo la radical
mansedumbre de su voz, la insurgencia de los delicados actos de legítima
defensa a favor de los que sufren. Esa es la razón que otorga luz a la
palabra itinerante de sus días: la dignidad del porvenir que aspira a la
abolición del sufrimiento humano.
Conmovedores, mágicos, indomables en la ternura, desobedientes ante la
amargura y la carcoma de lo normativo, libres ante las jaulas, de pie en
la asamblea de los que reflexionan sobre la justicia que no tuvieron
otros, y por eso condición de lo justo frente a los fuertes, y por eso
personas para la imaginación del porvenir. Hablan en voz alta en una
época en que se acostumbra a hablar calladamente, dicen libertad y están
nombrando el cuerpo sin género de la desnudez, dicen aire y los
prisioneros y los insurrectos ejercen su derecho a volar, a huir de la
costumbre y buscar espacio en las iluminaciones de la promesa (…) Son la
desafiante sonrisa de lo libre frente a los viejos ritos de la retórica
moribunda, la herida de la espina que se transforma en alabanza de la
efímera locura de la rosa.
Llegará la hora y llegarán los días en que todos los cielos nacidos
contra la muerte les darán las gracias por haber ayudado a resistir, por
abrir las puertas a los sueños, por haber acompañado a los solos, a los
silenciados, a los que el consumo posterga, a los que ninguna razón de
buen estado ayuda a salvar durante las penurias de época.
Si cerráis los ojos oiréis su luz oscura, la justicia de la belleza, su
claridad sin daño junto a la fuente donde la conciencia mana la canción
que nunca muere y todo mal espanta, la voz sin boca de los testigos de
la nobleza humana.